sábado, 25 de enero de 2014

Neo-ilustración y retrodidáctica

Si la educación es lo que ayuda al individuo a mejorar entonces apliquemos toda herramienta intelectual disponible para aclarar y entender —por los mil demonios y sus primos hermanos los ángeles— qué intentamos decir con esa bienaventurada idea de «educación».

Acordemos —de una vez por todas— que los grados académicos y el reconocimiento no es signo de conocimiento ni de sabiduría sino sólo signo de haber aprendido a obedecer y a integrarse a las estructuras teóricas preestablecidas.

Un paso natural, como rasgo de un espíritu ilustrado, en un sentido básico y perenne, es liberarse de las tutelas mentales y atreverse a pensar por uno mismo.

Algunos dicen que el fracaso de la Ilustración produjo nuestra época posmoderna. El posmodernismo no es una sola cosa sino muchas y tal vez corresponda a los historiadores de siglos posteriores describir con mayor claridad lo que ahora es una mezcla nebulosa de muchas cosas. Lo posmoderno incluye facciones recalcitrantes, como aquellas que afirman que no hay verdad alguna y que su búsqueda es un sinsentido. También incluye otras facciones menos fanáticas, como aquellas que sugieren que lo posmoderno clama por continuar con el proyecto inacabado de la Ilustración. Observo que algunos rasgos del pensamiento ilustrado, como liberarse de las tutelas mentales y atreverse a pensar por uno mismo, nunca han estado presentes en muchos ámbitos de mi cultural local. La Ilustración aún no llega a esos ámbitos —quizá impera el consumismo de los productos del pensamiento ilustrado de otros, pero no hay creación de pensamiento ilustrado— y en esos ámbitos ciertamente la Ilustración es un proyecto inacabado. El proyecto de la Ilustración debe continuar, y de hecho, continúa para quienes buscamos la mayoría de edad intelectual.

El estruendo de la protesta de algunos posmodernismos denuncia las desproporciones e incoherencias entre los grandes discursos y los hechos materiales de la vida cotidiana. Algunos clamores posmodernos son dadaísmos; es decir, son negaciones irracionales de cánones establecidos. La acusación consiste en que esos cánones representan una usurpación: los conceptos establecidos no son los conceptos de un potencial pensamiento ilustrado universal sino meras interpretaciones descuidadas de dichos conceptos. Por ejemplo, los conceptos imperantes de libertad, justicia y equidad tan sólo son remedos de lo que pueden ser. Ese escándalo posmoderno tan sólo es el dedo acusador que apunta a los problemas de fondo o es el reventar de la alarma de algo perturbado y perverso que está ocurriendo más allá de las apariencias.

Si la posmodernidad es fruto de una malinterpretación de la modernidad entonces se requiere negar tal malinterpretación, se requiere su inverso, su negativo. Si esa malinterpretación es la modernidad entonces necesitamos a la posmodernidad, si esto es luz entonces necesitamos a la oscuridad; es decir, necesitamos a lo que no es esto. En otras palabras, digamos, si el pensamiento ilustrado implica un esfuerzo de la ‘A’ a la ‘Z’, y en la historia sólo hemos conocido ‘A’, y quizá un poco de ‘B’ entonces tan sólo hemos conocido muy poco del proyecto de la Ilustración y es un grave error considerar ese poco como algo muy cercano al todo.

Parte de la malinterpretación de la Ilustración sería la embriaguez con el concepto de la verdad como si fuese algo que se pueda lograr y poseer absolutamente. Parece que tal embriaguez alimenta moralidades brutales que buscan ser impuestas a cualquier precio. ¿No acaso la triunfante visión alemana del nazismo se gestó, en parte, debido a su intoxicación con su verdad sobre la idea de que las culturas “líderes” deben expandir su territorio y su dominio?, ¿no acaso gran parte de esa sociedad justificó así la invasión a Polonia, pues Alemania había llegado tarde a la repartición colonizadora del mundo? Otro ejemplo, más contemporáneo, ¿no acaso los gobiernos de Estados Unidos de Norteamérica han estado embriagados con su verdad del Destino Manifiesto (“Latinoamérica, y el mundo, para los estadounidenses”)?, el cual es uno de los agotados mitos de la actualidad: Estados Unidos de Norteamérica salvará al mundo.

El contexto histórico de la Ilustración es distinto al nuestro y conviene retomar proyectos más cercanos que desarrollen la idea de una Neo-ilustración. Esta vez como una revolución no desde las encumbradas elites académicas sino gestada desde el ciudadano de a pie dispuesto a pensar por sí mismo sin permanecer indefinidamente bajo la tutela mental de nadie, al mismo tiempo que es capaz de cooperar con otros.

No vamos aquí a repartir caramelos y decir que una Neo-ilustración será fácil. Para ponerlo en perspectiva diremos que será necesario desaprender y reaprender no pocas cosas, tantas que quizá haya que empezar desde el principio, tantas como si el efecto neto fuese volver a nacer. El rasgo perenne de una Neo-ilustración debe ser la auto-reeducación: el individuo libre y solo frente a su brutal realidad con tan sólo sus facultades como herramientas para desarrollarse por sí mismo.

Semejante proyecto requiere nuevas o mejoradas estructuras teóricas, y mucha cooperación entre los individuos interesados. Por ejemplo, propuestas como la siguiente:

«Propongo el término "retrodidacta", para las personas que se dediquen a desaprender lo mal aprendido, lo innecesario, lo indeseable o simplemente todo. Para todos aquellos que quieran "echar reversa", tomando en cuenta lo que dice mi amigo el chino: "Quien persevera en el estudio, / aumenta sus conocimientos. / Quien se consagra al TAO, / los va perdiendo cada día."» —Álvaro De La Paz.

La invitación a una Neo-ilustración como la aquí planteada presupone retrodidáctica, y la retrodidáctica presupone autodidáctica. Un individuo neo-ilustrado mejora su conciencia propia por medio de la teoría y práctica tanto de la indagación filosófica como de la investigación científica con el perenne objetivo de la auto-reeducación.

1 comentario:

  1. Sobre la Ilustración como Iluminismo:

    La relación más obvia de la luz con el conocimiento consiste en que cuando se refleja en los objetos, éstos nos son más fáciles de comprender. De los cinco sentidos, probablemente la vista es el más querido y el más útil, y algo nos hace relacionarlo con el entendmiento. La metáfora de la iluminación se ha aplicado a diferentes logros de la mente desde la más remota antigüedad. Es claro (y la claridad viene de la luz) que no todos los llamados iluminados lo han sido en el mismo sentido, pero tienen algo en común: una cierta perspectiva que los convierte en guías de la humanidad.

    Antes de Cristo, Siddhārtha Gautama alcanzó un estado que ha llegado traducido a nuestros cerebros occidentales como la “iluminación”. Es una visión permanente de la verdadera naturaleza de la realidad, un cese de los deseos y de la ilusión, una paz mental que también se traduce como el “despertar”. La relación con la idea de despertar es lógica si tomamos en cuenta que la luz del día generalmente nos despierta.

    Ligeramente parecida, surge en el mismo siglo (V a.C.) la onda platónica de relacionar la luz con el conocimiento y con la idea del Bien. Este símil, presentado en el diálogo La República, no se encuentra solamente en la famosa alegoría de la caverna. La comparación entre el mundo visible y el mundo inteligible es el tema de los libros sexto y séptimo.

    Platón se dio cuenta de que la vista es diferente a los otros sentidos, ya que requiere de una tercera cosa que media entre sujeto y objeto, esto es, la luz. La luz deslumbra al filósofo que sale de la caverna, hasta que poco a poco sus ojos se van acostumbrando. Después de alcanzar ese estado de conocimiento, el filósofo no es el mismo, pues ¿quién podría desentenderse de la realidad que ha visto?

    Tanto la idea platónica como el despertar budista se refieren a algo que ocurre debido a la vida contemplativa, el conocimiento interior de algo pasado: hay que recordar que en el budismo, se toma consciencia de las vidas anteriores y en el platonismo, todo conocimiento es un recuerdo o reminiscencia. En las dos enseñanzas aparece la realidad y se abandona la ilusión, como si el estado normal de los humanos fuera un sueño del que se puede despertar mediante la práctica. Ambos estados se alcanzan y son irreversibles. Digo ambos estados, pero se puede conjeturar por su gran similitud, que podrían ser dos formas de interpretar el mismo fenómeno.

    Si no se me escapa algo, más de veinte siglos después es cuando la metáfora resurge en la Era de las Luces (o el Siglo de las Luces, el XVIII). Lo que en algunos países de habla hispana se conoce como Ilustración, en otros, también de habla hispana, se le llama Iluminismo. Los famosos Illuminati surgen en ese siglo. Es el tiempo de la Razón, y son las “luces de la Razón” las que guían a la humanidad, mediante el ‘sapere aude’ (piensa tú mismo), que Kant, en vez de pensarlo por sí mismo, sacó de una frase de Horacio cuando quería expresar “qué es la Ilustración”.

    Aunque la concepción budista y la platónica se parecen mucho, el Iluminismo del XVIII parece ir opuesto a la espiritualidad y está más acorde con la ciencia moderna, la cual agarró entonces un fuerte vuelo que la impulsa hasta nuestros días.

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